Asociación Cultural Faceira

EL ORIGEN DE LA PROVINCIA DE LEÓN Y SU INCIERTO FUTURO

Nicolás Bartolomé Pérez. Asociación Cultural Faceira

Durante el pasado verano de 2011 se plantearon diversas y relevantes novedades políticas,  una de ellas, y no la menor precisamente, fue la del cuestionamiento de las Diputaciones Provinciales, los órganos encargados del gobierno y administración de las provincias que, de acuerdo con la Constitución, son entidades locales básicas (junto con los municipios), y elemento sustancial de la organización territorial del Estado (junto a las Comunidades autónomas). La provincia goza en España de personalidad jurídica propia, y es precisamente la Diputación Provincial la que dota a la provincia de entidad política; es evidente que la supresión de las Diputaciones significaría que la provincia quedaría limitada en el mejor de los casos a ser una simple división territorial para el cumplimiento de los fines del Estado y, en su caso, de las Comunidades Autónomas pluriprovinciales. Este planteamiento haría necesario un cambio constitucional previo, pues es la Norma Fundamental la que consagra y regula los aspectos básicos de los entes locales provinciales. Téngase en cuenta que, lógicamente, ya han desaparecido las Diputaciones de las Comunidades autónomas uniprovinciales y las de las dos autonomías insulares.

De las Diputaciones Provinciales, o, lo que es lo mismo, de las provincias, se ha dicho con ánimo de menoscabo que son instituciones decimonónicas (como nuestro constitucionalismo, que también nace en el siglo XIX), que no son democráticas pues el sistema de elección de los diputados provinciales, aun siendo representativo, no se realiza a través del sufragio universal directo (como pasa también con relevantes órganos constitucionales que van desde la Jefatura del Estado al Consejo General del Poder Judicial, en cuya elección no interviene en ningún caso la ciudadanía), o que son caciquiles (¿más o menos de que lo que vemos a diario en numerosos ayuntamientos o Comunidades autónomas de nuestro país?). Es curioso constatar que las voces críticas que claman ahora contra las Diputaciones no vayan más allá y metan en el mismo saco, el de los entes locales supramunicipales, a los Consells de las Islas Baleares, los Cabildos de las Islas Canarias, los consejos comarcales, las veguerías que se quieren reinstaurar en Cataluña, entre otros, aquejados de los mismos problemas, y más, que los de las Diputaciones.

Se ha dicho también que si hay que elegir entre la sanidad y la educación públicas, o las Diputaciones, éstas han de desaparecer. ¿Y quién y por qué se quiere colocar a la ciudadanía en esa disyuntiva? Si hay que elegir yo también elijo una sanidad y educación públicas de calidad, pero antes de apuntar y disparar contra las provincias, que de repente parece que son las culpables de la actual crisis, yo apostaría por controlar el gasto de las Comunidades autónomas donde se han creado miles (¡miles!) de empresas públicas, entidades, agencias, institutos, consejos y fundaciones que viven a costa del erario público, y tienen fines y gastos más que cuestionables en cientos de casos. Y, ¿qué ocurre con las televisiones y radios públicas y semipúblicas estatales y autonómicas?, todas ellas con un déficit de escándalo. Podemos seguir hablando de otros muchos ejemplos de despilfarro: desde los políticos que cobran dos y tres sueldos públicos, de la obra pública innecesaria y costosísima (aeropuertos sin vuelos o líneas de AVE sin usuarios), de los “rescates” a la banca privada con recursos públicos, de las multimillonarias subvenciones públicas directas e indirectas que recibe el fútbol en España…

De lo que no se habla en la España urbanita y globalizada es de que las Diputaciones cumplen unas funciones de primer orden en el apoyo y asistencia jurídica, económica y técnica a los municipios rurales de su territorio, y, en todo caso, se encargan del fomento y la administración de los intereses peculiares de la provincia. En el caso de León la desaparición de la Diputación Provincial supondría abandonar a su suerte, aún más, a los municipios rurales de León, la extinción del último suspiro de la personalidad institucional leonesa y la desaparición del elemento principal de vertebración política, por muy endeble que sea, de las comarcas leonesas. León quedaría reducido a una simple demarcación técnica, una especie de partido judicial grandón.

Siendo el aspecto funcional de la Diputación Provincial de León importante e insustituible en la actualidad, no podemos olvidar que la provincia que representa y administra esta institución tiene un origen histórico que hemos de valorar. En 1230, con la muerte del último rey privativo leonés, Alfonso IX, las coronas de León y de Castilla se unen en la persona del rey Fernando III, leonés, hijo de Alfonso IX y rey de Castilla desde 1217. Sin embargo, la entidad del reino de León no desapareció, pero si que es cierto que fue languideciendo hasta que en 1349 se reunieron por última vez las Cortes del reino leonés en la ciudad de León, desapareciendo con ellas el último órgano que representaba la personalidad política del reino de León y su principal elemento de cohesión. Señala Jesús Burgueño que en la Baja Edad Media el término provincia sufrió un desplazamiento semántico y de venir a significar reino (o región), pasó a designar en la Corona castellana una demarcación territorial de carácter menor, denominación que se consolida desde el siglo XVI. A partir de ese momento se fue configurando el territorio provincial de León circunscrito exclusivamente a las tierras norteñas de la región histórica leonesa, y donde la ciudad de León mantuvo un especial protagonismo por tener voto en las Cortes de Castilla, lo que otorgaba a la urbe legionense un cierto poder jurisdiccional sobre el territorio. El privilegio del voto en Cortes de y el poder que otorgaba sobre un territorio fue uno de los elementos determinantes en la futura configuración de la división provincial. Las provincias del Antiguo Régimen carecían en general de órganos representativos de carácter político y se limitaban a ser el marco de ciertas potestades administrativas y tributarias, especialmente a través de los corregidores.

Es curioso constatar cómo las principales ciudades del reino leonés con voto en las Cortes castellanas tenían la representación de amplísimos territorios; así, León representaba en las Cortes al Principado de Asturias (casi hasta el siglo XIX), Zamora a Galicia (hasta 1623), y Salamanca a Extremadura (hasta 1653). Las ciudades de León, Zamora y Salamanca (junto con Toro) representaban en las Cortes de Castilla a unos territorios que, en conjunto, coincidan casi exactamente con el territorio de la Corona leonesa en el siglo XIII. Por el contrario, el territorio regional leonés estricto carecía de órganos representativos o administrativos que vincularan internamente la región.

El proceso de conformación de la provincia leonesa, obvio es decirlo, fue similar al de otros territorios de la Meseta norte, aunque hay que anotar las singularidades que se presentan en el caso leonés. En el siglo XVI quedó definitivamente configurada territorial y administrativamente la provincia de León con los límites que han llegado hasta hoy, con muy pequeñas variaciones. Laureano Pérez Rubio señala que la unidad administrativa provincial, surgida como referente del reino de León, contribuyó a la forja de la identidad leonesa y a perdurar la herencia del reino leonés, a pesar de la desaparición de sus reyes y de la integración en la Corona castellana. Existió además otro órgano privativo de León con funciones administrativas, gubernativas y jurisdiccionales, la del Adelantamiento del Reino de León, que, a pesar de su nombre, circunscribía su potestad grosso modo sobre el territorio de la actual provincia leonesa. Dicha figura, con origen en el siglo XIII, se mantuvo hasta el siglo XVIII y de ella llegaron a depender instituciones como el Procurador General del Adelantamiento de León y su sucesor, el Defensor del Reino de León, operativo, según estudió Isabel Viforcos, hasta el siglo XIX. La definitiva conformación del mapa provincial español, para el que se barajaron  diversos proyectos e iniciativas, se realizó entre 1812, fecha en que se promulgó la Constitución de Cádiz que en su artículo 325 dice: «En cada Provincia habrá Diputación, llamada provincial, para promover su prosperidad…”, y 1833, fecha en que se dictó el célebre Decreto de 30 de noviembre que implantó la actual división provincial a instancias del ministro Francisco Javier de Burgos, quien, por cierto, era un furibundo centralista opuesto a las regiones y a la misma existencia de las Diputaciones Provinciales, otra cosa es que el ministro granadino agrupara a las provincias en regiones nominales, que carecieron de operatividad y hasta de la más mínima entidad administrativa.

Si bien es cierto que la provincia de León ha carecido de instituciones representativas de la entidad de la histórica Junta General del Principado de Asturias (disuelta en el siglo XIX), o de las Cortes de Navarra, León si ha contado, y cuenta, con un conjunto de instituciones muy notables que suelen pasar desapercibidas a propios y extraños: los Concejos, que en el lenguaje técnico-administrativo español son llamados entes locales menores desde el Estatuto Municipal de Calvo Sotelo, aunque a nivel popular suelen ser conocidos como Juntas vecinales por ser éste su órgano de gobierno y administración. León concentra un tercio de los entes locales de España, y la inmensa mayoría de los pueblos leoneses están constituidos como entes locales menores. Este es un legado institucional (los órganos de los Concejos, las Juntas vecinales, se eligen democráticamente en las elecciones locales), histórico (su origen se remonta a la época del reino leonés), patrimonial (los Concejos gestionan todavía hoy un importantísimo patrimonio comunal propio) y jurídico (el funcionamiento de los Concejos se rige aun hoy muchas veces por el Derecho consuetudinario leonés), cuyo mantenimiento justificaría por si solo la existencia de la Diputación leonesa.

Hace unas cuantas décadas el ministro leonés de la UCD Martín Villa, cuya actuación fue crucial para la integración de León en Castilla y León, auguraba que el futuro de esta Comunidad sería el de convertirse en una especie de mancomunidad de nueve Diputaciones Provinciales. Nada más lejos de la realidad. A diferencia de otras comunidades, Castilla y León ha optado por un modelo de autonomía en el que la vertebración de la comunidad pasa por crear un centro geográfico, administrativo, económico y político fuerte, y con Delegaciones Territoriales periféricas de la Comunidad, pero no por potenciar o apoyarse en la administración  provincial. A diferencia de este modelo, la Comunidad del País Vasco apuesta por ceder las máximas competencias a las Diputaciones forales, cuyo régimen es muy diferente al del resto de los entes provinciales. También la Comunidad Valenciana, con provincias de régimen común como la leonesa, ha elegido el camino de reconocer como instituciones propias a las Diputaciones Provinciales valencianas y articular territorialmente la Comunidad apoyándose en los entes locales provinciales. Algo muy diferente de lo que se constata en Castilla y León, que apuesta por un modelo claramente centralista y homogeneizador con una regulación de las provincias, tanto en el Estatuto como en la Ley autonómica de Régimen Local, que no aporta casi nada y que se limita a reproducir de manera mimética lo dispuesto en la normativa básica española sobre régimen local, sin tener en cuenta las peculiaridades locales de León o de Castilla.

El catedrático de Historia Contemporánea de la Universidad de León, Laureano. M. Pérez Rubio postulaba ya en 1994 la reforma de la administración local leonesa en un espléndido “Manifiesto-proyecto para la recuperación de la identidad leonesa en el seno de la actual configuración autonómica de Castilla y León”, plenamente consecuente con nuestra historia, tradiciones, intereses e idiosincrasia, en el que entre otras cuestiones reclamaba la recuperación y potenciación del sistema concejil leonés, la democratización plena de la Diputación de León (es decir, con diputados elegidos por sufragio universal directo) que debería de constituirse en la máxima representación de León ante la Comunidad, y con múltiples funciones que, además de las estrictamente técnicas y las dedicadas a la defensa del medio rural leonés, tendría que servir para afianzar la identidad leonesa y velar por el conjunto social y territorial de la provincia. Remataba este manifiesto Pérez Rubio con estas palabras: “Desde esta posición la Diputación velará porque las comunidades respeten su ordenamiento y por la conservación del patrimonio comunal provincial  en manos de las organizaciones concejiles. Desde este cometido la Diputación de León tendrá un sentido y la máxima responsabilidad en el desarrollo histórico de la provincia, pues de seguir tal y como está llegará un momento que la propia comunidad llegará a cuestionar su actual función y su existencia una vez que se consolide el mapa federal español”.

Bien, ese momento de cuestionar el futuro de la Diputación de León, el mismo futuro de la provincia leonesa y de lo poco que queda de la entidad regional leonesa, parece que ya está llegando. ¿Y qué harán los políticos leoneses cuando desde Madrid o Valladolid llegue la orden de trancar definitivamente el portón del Palacio de los Guzmanes? Probablemente se limitarán a pronunciar la palabra que más réditos políticos y personales ha dado a nuestros próceres provinciales en los últimos 35 años: AMÉN.

Nota 1: Las figuras 1, 10 y 19 que ilustran este post han sido tomadas de la obra de Jesús Burgueño Geografía política de la España Constitucional. La división provincial. Madrid, Centro de Estudios Constitucionales, 1996.

Nota 2: El “Manifiesto para la recuperación de la identidad leonesa en el seno de la actual configuración autonómica de Castilla y León”, de Laureano. M. Pérez Rubio, se puede consultar en la sección Concejos de esta página web.

11 comentarios en «EL ORIGEN DE LA PROVINCIA DE LEÓN Y SU INCIERTO FUTURO»

  1. Da gusto leerte, Nicolás. Si no he entendido mal, entiendo que tu artículo es una defensa en la conservación de la Diputación de León como reducto de un reino de León, cuya personalidad política desapareció en 1349. No sé si otras instituciones propias del reino de León que desaparecieron el el siglo XIX como el Adelantamiento, el Defensor, etc. no confieren cierta personalidad política. Los ámbitos de actuación de estas instituciones, de la provincia de León, y de lo que a lo largo de la Edad Moderna se consideraba «Reino de León» eran diferentes, a veces, muy diferentes, y además en competencia con un concepto de Castilla identificada con la Meseta que empieza a imponerse desde el siglo XV. Observa, por ejemplo, como en la división provincial de 1833, reino de León (ahora sí, despojado de cualquier institución politico-administrativa) y provincia de León, son entidades distintas.
    Sin embargo, ahora sí, el único León que existe es el de la provincia de León. Y yo casi soy partidario de que también desaparezca. Así, como dice Ricardo, esta historia tendrá comienzo, desarrollo y fin. También deberían quitar el León del escudo del Rey y de España, porque ninguno de los dos lo merece. Y por supuesto también de la comunidad autónoma y así no nos vuelven locos con los gentilicios y, por fin, la comunidad autónoma tendrá un nombre propio (¿Desde cuando las regiones no tienen un nombre propio?. Que León tenga su fin, pero un fin completo, sin referencias actuales que remiten a un pasado que ya nadie recuerda ni quiere recordar y que sólo producen confusión y tristeza.
    Muy bueno el artículo.

  2. Gracias, Miguel Ángel. Más que una defensa de la Diputación leonesa, que también lo es, es un desahogo contra tanto ataque descerebrado contra estas instituciones desde la España urbana; es cierto que las Diputaciones necesitan reformas democrácitas, pero también cumplen, o deberían de cumplir, un papel esencial en el apoyo y promoción de los municipios rurales leoneses. Además, como institución leonesa es la más importante que hemos tenido desde 1349, y la única representativa. A lo mejor no tiene ningún sentido que exista una Diputación de Barcelona, pero si que lo tiene que exista la leonesa, que representa a una provincia con quinientos años de existencia y que es la heredera directa del reino leonés. Soy muy pesimista con el futuro de nuestra Diputación, no creo que le queden ni dos décadas; de hecho en León no hay ningún consenso sobre su futuro y ya hay partidos (el PSOE, entre otros), que han cuestionado su continuidad, no se si de un modo precipitado. A diferencia de lo que progugnaba Laureano Pérez Rubio en 1994, la Diputación leonesa se ha convertido en el retiro dorado de políticos venidos a menos, o en el trampolín de otros hacia destinos con más glamur. Solo tienes que fijarte en la procedencia de los diputados que lideran a los grupos representados en la institción, empezando por la Presidenta ¿cuantos son alcaldes o concejales de municipios rurales leoneses?

  3. Muy buen artículo si bien lamento la identificación permanente ya desde el título de lo leonés con la actual provincia de León dejando como comparsas a las provincias leonesas de Zamora y Salamanca.

    ¿Cerrar el Palacio de los Guzmanes para que el Hospital de la Encarnación de Zamora sea la sede de la Diputación Regional de León? Lo firmaría ahora mismo. Leonesismo, pero para todo León no solo para la provincia del Norte.

  4. Bueno, la idea del post era simplemente la de tratar algunas cuestiones sobre la provincia de León al hilo del debate sobre el futuro de las Diputaciones, como se indica ya en el mismo enunciado del título, y no sobre la región leonesa, ni sobre el municipio y ciudad de León. Tiempo habrá de hablar y escribir sobre la región leonesa. Un saludo, Alejandro.

  5. Interesante texto si no fuera porque a partir del 6 párrafo se desvirtúa la historia de manera muy interesada, nada sorprendente si no atenemos al título del artículo («Origen de la Provincia de León y su incierto futuro»).

    ¿Y en qué momento se da ese distorsión de la realidad? Pues en una sencilla oración que apuntala un falso mito «Laureano Pérez Rubio señala que la unidad administrativa provincial, surgida como referente del reino de León, contribuyó a la forja de la identidad leonesa y a perdurar la herencia del reino leonés, a pesar de la desaparición de sus reyes y de la integración en la Corona castellana».

    Es decir, el mito es que la identidad leonesa vive en la actualidad gracias a la Diputación Provincial. Es más, que esa supuesta ‘identidad leonesa’ es la justa y legítima heredera del Reino de León. Esta afirmación, que Nicolas evita poner en sus propios labios, pero que es la base de todo el artículo es, como bien saben todos los historiadores y expertos, totalmente falsa.

    Si entendemos que la Corona Medieval leonesa está conformada por varios territorios, y que aún tras la unión dinástica de esos territorios, siguen existiendo como tales, asumiremos que tanto Asturias, Galicia, León y Extremadura son regiones hermanadas por la historia, la cultura y las tradiciones. Por lo tanto, un supuesto «reparto hereditario» de esa Corona se tendría que hacer por igual entre todos su «hijos», es decir, reyes, hechos y vistorias, son tal leonesas, como asturianas, gallegas y extremeñas.

    Tal y como se ven en los dos primero mapas, la cuestión territorial está clara en el noroeste peninsular: al norte, Asturias, al oeste, Galicia, en el centro, León y en el sur, Extremadura. Así pues, León es el territorio situado entre Asturias, Galicia, Portugal, Extremadura y Castilla. Un territorio donde la población es llamada como leoneses (aunque por un breve periodo inicialmente fueron llamados ‘foramontanos’). Un gentilicio que claramente hacia referencia a su territorio: León.

    Y esto fue así, independientemente de las estructuras fiscales, judiciales, monetarias, transhumantes, tributarias, militares y demás jerarquías/sistemas que regían en la Corona de Castilla y León, primero, y en el resto de España, después tras los Decretos de Nuevas Planta.

    Pero llega el siglo XIX, y tras comprobar la monarquía la necesidad de una reorganización del sustrato territorial, se lanzan propuestas. Durante casi 30 años, las propuestas, tanto centralistas, regionalistas como afrancesadas, van afianzando la idea de que contra las nociones de los antiguos reinos/territorios medievales no se puede luchar. Así pues, tras 1812 y la Guerra de la Independencia, en 1833 se asume una solución intermedia: por un lado se crean las provincias y por otro se las agrupa en regiones, que no son sino delimitaciones lo más ajustadas posibles al antiguo territorio medieval.

    Es decir, se crean de manera ya oficial, los territorios de Asturias, Galicia, León y Extremadura. Y por ende, se crea la provincia asturiana de Oviedo, las cuatro gallegas de Orense, La Coruña, Lugo y Pontevedra, las leonesas de Salamanca, Zamora y León y las extremeñas de Cáceres y Badajóz. Una realidad que ha estado en uso hasta 1981, y que, aunque desconocido por muchos, sigue siendo vigente, dado que es el mismo documento el que da carta de legalidad tanto a provincias como a regiones.

    Así pues, si tenemos que hablar de identidad leonesa, tendremos que diferencias entre la «identidad medieval leonesa», que pertenece a partes iguales a sus históricos cuatro territorios; de la «identidad moderna leonesa», que es la conformada por sus tres provincias (o cuatro, si contemplamos el periodo en el que El Bierzo fue provincia con capital en Villafranca del Bierzo). Es decir, leonés es tanto lo que se da en la ciuda de León, como en Béjar, Fermoselle, Astorga, Zamora, Ledesma, Riaño, Toro o Villablino.

    El problema, a diferencia de otros territorios no es sólo que el nombre de la región sea el mismo que el de una de sus provincias, sino que nunca se llevó a cabo la consolidación de una institución leonesa para todas ellas. Unido esto a los efectos absorbentes de la metrópoli castellana de Valladolid y su sano regionalismo «castellanoleonés», lo «leonés», y por ende la identidad leonesa se relega a una única provincia. Así pues, las Diputaciones Provinciales leonesas, en vez de fomentar esta identidad mutua, tal y como en otros territorios ocurrió, se aislaron entre si, recreándose e inventando una identidad provincial a partir de la suma de las identidades comarcales existentes dentro de su ámbito. Todo ello ocurre de manera velada, comenzando en los años 50 del sXX y explotado en todo su poder a partir de 1983.

    Así pues, tenemos que la identidad leonesa, en donde el llionés es una pieza clave, no es propiedad únicamente de la Provincia de León, es más, que si cabe, ni siquiera la propia Diputación podría considerarse su defensora, si entendemos que lo leonés es fruto de la historia y por ende de todas las provincias leonesa. Así pues, el futuro de esa instituciones pasa ni más ni menos por el propio documento que las creó. En el s XIX se tiene claro que son construcciones administrativas que dan sentido al marco del territorio leonés, independientemente de si son 3, 4 o 5.

    Lo importante de las Diputaciones de las provincias leonesas no es el término ‘provincias’, sino el segundo, ‘leonesas’.

  6. Gracias por el comentario al post, Oeste Purpura, por cierto soy un asiduo lector de tu/vuestro blog. No comparto lectura incorrecta que, a mi juicio, haces/hacéis de él, especialmente este párrafo: “Es decir, el mito es que la identidad leonesa vive en la actualidad gracias a la Diputación Provincial. Es más, que esa supuesta ‘identidad leonesa’ es la justa y legítima heredera del Reino de León”, ni eso se dice en el post, ni lo suscribo. El texto de Laureano Pérez Rubio solo enmarca históricamente cuál es el origen de la provincia de León, que ya existía siglos antes de la Diputación. Insisto, otra vez, en que la pretensión del texto es hablar de la provincia de León, no de la región leonesa, y hacerlo además en el contexto histórico y territorial de la región leonesa, que es de donde se conforma el territorio provincial leonés hace casi quinientos años. Es decir, y según estudió con profundidad Pérez Rubio que es el principal experto en la provincia de León en la Edad Moderna, el marco territorial provincial tiene medio milenio de existencia y hunde sus raíces en la historia del reino leonés, y esta afirmación se recoge en el texto frente a los que reducen la cuestión provincial, en general, a una creación puramente tecnico-administrativa y decimonónica (Rubalcaba dixit), no por un afán de restringir lo leonés a una provincia, ni mucho menos a una institución. Vuelvo a insistir: el título del post define ya la cuestión de la que se va a tratar en el texto: la provincia de León (con unos 500 años de historia), no de la región leonesa (tres provincias, mil y pico años de vida), ni de la ciudad de León (dos mil años de existencia). Son cuestiones diferentes, conectadas, pero distintas. El ánimo del texto es reivindicar el futuro de la provincia de León, y de su órgano de gobierno y administración al hilo del debate sobre el futuro de las Diputaciones que quedan, pues algunas ya han desaparecido. Lo que le faltaba al León rural (a sus Concejos y Municipios) era que encima nos quitaran la Diputación. Nada más.

    Para mí la identidad no se sustenta en una institución, aun reconociendo cierta capacidad para vertebrar un territorio de las instituciones (o para lo contrario), las instituciones van y vienen y las identidades permanecen porque es el pueblo es el que crea una identidad en base a una historia, a unas afinidades y a unos rasgos culturales, sociales, geográficos, económicos, etc. compartidos.

    Por otro lado, hay que reconocer que a nivel simbólico e identitario, los entes locales de la provincia de León (Diputación y municipios) son casi en exclusiva los únicos que han perpetuado la memoria del reino y región de León, y con ello la continuidad de la personalidad histórica de nuestra tierra: desde la conmemoración de los 900 años del fuero de León en 1920, el centenario de las Cortes Leonesas de 1188 o 1202 (con la excepción de Benavente), el 1100 aniversario del reino de León… Las respuestas de las instituciones provinciales y municipales zamoranas o salmantinas a estos y otros actos de clara reivindicación histórica e identitaria e impulsados siempre desde la provincia de León fueron prácticamente nulas. Lo mismo cabe decir a nivel político, por ejemplo, en el momento de la adopción de los acuerdos preceptivos en Diputaciones y Ayuntamientos para la constitución de la Comunidad Autónoma leonesa: nula implicación de las instituciones de las provincias hermanas, cuyos representantes apostaron de forma incontestable por ir con Castilla. En León se decidió desde las instituciones por el futuro de la región leonesa, otra cosa es que en la provincia de León el aparato político tardofranquista, con Martín Villa como principal responsable, hiciera su última jugada para evitar la constitución de una Comunidad Autónoma Leonesa. De ahí el comentario de que liquidar la Diputación es rematar lo poco que queda de entidad regional leonesa en el plano institucional, pues de una institución se está tratando, pero nunca en el plano social, histórico o cultural.

    Personalmente defiendo la existencia de la región leonesa, en eso estamos plenamente de acuerdo. Pero, vaya, no me recrimines/recriminéis que dedique unas modestas líneas a hablar y defender la provincia de León y su principal institución actual, cuya continuidad está cuestionada. Un saludo.

  7. Excelente artículo. Enhorabuena.
    Destaco que se defienda a la provincia, como una entidad propia, configurada a través del tiempo y de las vicisitudes de la zona norte leonesa y su incardinación en la construcción de España, y no solamente un «invento» o creación ex novo de 1833, como en muchas ocasiones se dice. No se entiende la situación leonesa de forma aislada, ni congelada en un pasado glorioso, sino evolucionando, incrustada en el devenir político, cultural e institucional del marco político más amplio de España y de Europa.
    Creo interpretar el artículo como una defensa de la provincia, en especial como articulación de los numerosos Ayuntamientos que la componen y de sus variadas comarcas; defensa que no se contrapone, sino que enriquece y complementa la defensa de una articulación propia para la región o el país leonés. Creo también que a una parte del leonesismo le convendría no aferrarse a determinados estereotipos, y ver las cosas, tanto la historia más alejada como la más cercana, la Transición, de manera más realista, sin confundir deseo y realidad. Y la realidad fue que sólo algo en Zamora, y apenas nada en Salamanca, se apoyó en su día la constitución de una una región leonesa. Las manifestaciones, los pronunciamientos de Ayuntamientos, etc., las protestas ante la cacicada de Martín Villa y de Peces-Barba, se dieron sobre todo en la provincia de León, y de todo ello quedó una mezcla de rabia, impotencia, y una gran frustración política, porque quienes tenían el poder dieron la espalda a la opinión popular, y ésta no supo convertir la opción leonesa en poder político.
    Con respecto a la Diputación de León, hace bien Nicolás Bartolomé en no confundir en su artículo el deseo, recogido del estudio de Pérez Rubio, de democratización, defensa de los Concejos, etc. , con la realidad de que la Diputación es un trampolín o un acomodo para políticos que lo mejor que saben es decir «amén». Pero la solución, ¿está en atacar a la institución provincial, o en defenderla para cambiarla e intentar democratizarla? Por desgracia, la imaginación de los políticos leoneses de los partidos mayoritarios es nula, no vaya a ser que eso moleste a sus jefes de Madrid y de Valladolid, estatales y autonómicos. Lo único que han hecho ha sido utilizar el leonesismo, por ejemplo, en la Diputación, para enfrentarse al partido antagónico que gobernara en esos momentos la Comunidad Autónoma. ¿Os acordáis de aquel presidente socialista, Agustín Turiel, que golpeó la mesa con su zapato, en un pleno, diciendo que vivíamos bajo la bota del soriano popular Juan José Lucas? ¿En qué quedó todo aquello? En mala teatralización, en engañifa para una ciudadanía ya demasiado engañada. Por eso, pienso que la recuperación de un papel importante para León (ciudad, provincia, país) pasa por enfrentarse a la actual situación de desgobierno, ataque a lo público y primacía de los mercados. Aún no entiendo cómo el leonesismo político no aprovecha toda esta crisis de legitimidad institucional para hacer una apuesta fuerte por el autogobierno leonés sobre bases democráticas, ofreciendo una alternativa atractiva para los leoneses… Aunque, tal vez, eso forme parte de otro artículo.
    Un saludo,

    José Manuel

  8. Gracias, José Manuel. Efectivamente, la provincia puede ser un ‘invento’ en Cataluña (un invento ya con casi 200 años de vida), pero en León, y en otras provincias, la historia provincial tiene un recorrido mucho más amplio. De todas formas, la coyuntura actual (este post se escribió hace un año) parece ser la siguiente: desaparición de los Concejos leoneses (= Juntas vecinales), reducción de la autonomía local en los municipios de menos de 20.000 habitantes y potenciación de las Diputaciones como ente de control de esos municipios en una estrategia claramente centralista. Todo esto, y lo que tú comentas, José Manuel, daría, no solo para otro post, sino para un libro. Saludos.

    Nicolás

  9. Un apunte. Precisamente ayer, 11 de octubre, he escuchado por radio unas declaraciones de Rodolfo Martín Villa.Afirma el de Santa María del Páramo que es partidario, y lo subraya, especialmente en el caso de la provincia de León, de suprimir la Delegación de la administración autonómica, de la Junta de Castilla y León, para que todas sus funciones las realice la Diputación de León.
    Esta declaración está dentro del actual debate que, al albur de la gran estafa financiera llamada crisis, cuestiona todas y cada una de las instituciones administrativas y políticas, tanto estatales como autonómicas y locales.
    No deja de ser una triste ironía que el máximo causante, junto con Peces-Barba, de la inclusión de la provincia de León en Castilla, contra el deseo de la población y gran parte de los alcaldes y concejales leoneses, y que movió sus peones con maniobras de clientelismo y caciquismo político, sea ahora quien abogue por darle más poder a la Diputación. Además, en su declaración se refiere al caso peculiar de León, es decir, que, en su imaginaria reforma institucional, no todas las provincias autonómicas contarían con ese privilegio de que su Diputación fuera el real gobierno autonómico en su territorio. Bien es verdad que en su día se habló de que Castilla y León fuera una mancomunidad de diputaciones; claro, que también se dijo que las Cortes deberían estar en León… Se dijeron tantas cosas, hubo tantas engañifas…
    Y, al hilo de esta reflexión, se me ocurre otra. En la situación actual de España y de Europa, con un deterioro de todas y cada una de las instituciones políticas, en un proceso de cambio que no se sabe adónde nos llevará, pero donde algunos ya están marcando posiciones, asombra y entristece comprobar cómo el leonesismo político, o lo que queda de él, está absolutamente desaparecido, sin aportar ni una sola idea, sin decir esta boca es mía sobre todo lo que está sucediendo, sin proponer nada. Y ahora es el momento para poner las cartas boca arriba. Es en los momentos de cambio cuando surgen las oportunidades y los acontecimientos se precipitan para intentar que León tenga voz propia, como el resto de pueblos de España.
    Es seguro que el marco institucional va a cambiar, porque el sistema hace aguas y el impulso de la Transición se ha agotado. De aquí a pocos años habrá grandes cambios políticos, que afectarán a la estructura del Estado, incluso a su misma existencia. No hay que ser futurólogo, el cambio se producirá, aunque no sabemos en qué sentido, porque no parece haber más plan trazado por los partidos «turnantes» que mantener el status quo hasta donde lo permitan las circunstancias… Y en esta situación crítica, nadie desde el leonesismo es capaz de ofrecer una respuesta ilusionante, articuladora para el territorio, una verdadera opción para León. Ahora sería el momento de reabrir el debate autonómico leonés, con toda su crudeza, radicalidad e ilusión. Porque, si no es así, mucho me temo que cuando la situación cambie, cuando se reforme la Constitución o se abra un proceso constituyente, que convierta a España en un Estado federal, por ejemplo, a los leoneses nos vuelva a pillar el toro y volveremos a estar a remolque de las decisiones de otros, sin saber muy bien qué respuesta dar más que volver a lamentarnos. ¿No hemos aprendido nada de todo este tiempo perdido?

    Saludos,

    José Manuel Diez

  10. Hola, José Manuel:

    Dudo mucho que la casta política que padecemos vaya a permitir que León tenga voz propia. La experiencia de los últimos treinta años demuestra que el futuro de León se decide en Valladolid o en Madrid (o en Bruselas), pero no en León. Algunos acontecimientos acaecidos en 2012, sobre todo el inminente fin de la minería leonesa, o la anunciada supresión de las juntas vecinales, constatan que el futuro que se ha diseñado para León es convertir nuestra tierra en lugares como Soria o Terual, es decir, territorios desarticulados en lo social, lo económico o en lo demográfico (y si algún miembro del sistema levanta la voz, pues le aplicarán la misma receta que a Morano). Si cambia el actual marco administrativo creo que será para peor: no se va a consertir desde el establishment la creación de una nueva comunidad autónoma, especialmente en un momento en el que aumenta el cuestionamiento de las autonomías, creadas para dar respuesta a los problemas vasco y catalán, y que, tres decadas después, ahí siguen sin resolverse. Tampoco creo que la receta federalista sirva: ¿veremos un estado federado madrileño, riojano, murciano…? No lo veo, ni creo que la mayoría de los españoles lo aprueben. Me parece que las reformas se llevarán por delante entes como las Diputaciones provinciales, la de León junto con las demás, y tira millas. Los caciques autonómicos acabarán con la diputaciones, con la sanidad, o con lo que pinte antes de poner fin a estas comunidades que padecemos y que mucha gente ya no quiere o aguanta. Castilla y León es un buen ejemplo de fracaso: una comunidad creada desde arriba, al parecer para servir de muro de contención frente a vascos y catalanes (¡qué ingenuidad!) y con la oposición de leoneses y segovianos (que fueron mucho más contundentes que los leoneses en su rechazo a formar parte de Castilla y León). Treinta años depués, la población leonesa y la castellana no siente estos nuevos colores, pero el poder se empeña en una cosa que llaman «hacer comunidad» y en comprar con nuestro dinero afectos. No se ha generado ninguna comunidad en Castilla y León, en este camino lo único que han generado es un régimen «autonómico» que pagan con nuestro dinero.

    Saludos.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *