Emilio Gancedo, Diario de León, 24-10-2011.
Tres décadas después de su aparición en Estados Unidos, el Museo Etnográfico de León ultima la publicación —por fin, en español— de The presence of the past in a spanish village (‘La presencia del pasado en un pueblo español’), obra pionera por aunar etnografía e historia y que aupó a Ruth Behar —nacida en La Habana y con raíces sefardíes— a la beca Mac Arthur y a una larga ristra de premios, distinciones y publicaciones.
—¿Por qué eligió el pueblo leonés de Santa María del Monte del Condado para realizar aquel estudio?
—En realidad yo no lo elegí. En 1978, cuando era estudiante de antropología, llegué al pueblo a traves de mi profesor James W. Fernández, a quien le llamaba mucho la atención cuando iba de Asturias a Madrid. Él veía que el terreno de Santa María iba cambiando de secano a regadío, y un día sintió tanta curiosidad que entró y preguntó cómo se había realizado aquel cambio. Se enteró de que todos los vecinos se habían organizado para hacer un pantano y eso les pareció muy interesante.
—Y él le propuso este lugar como objetivo…
—Sí, porque, poco después, James recibió una beca para llevar algunos estudiantes de antropología de la Universidad de Princeton a España. Me preguntó si me gustaría ir a Santa María y dije que sí. Había residido en Madrid en el otoño de 1975, asistiendo al proceso de la muerte de Franco, y me fascinaba la historia española. Después, estando allí, me pareció un lugar ideal para estudiar la vida de los que decidieron quedarse en el campo en un momento en el que todos se iban a la ciudad.
—¿Qué recuerda de su llegada? ¿Cómo le recibieron los vecinos?
—Recuerdo perfectamente la llegada al pueblo. James había acordado con la maestra que nos quedaríamos en su casa, pero los domingos ella se iba a Boñar y un vecino, José Antonio, nos invitó a quedarnos en casa de sus padres hasta que volviera. Aquellos señores, María y Virgilio, acogieron a dos desconocidos (yo y mi esposo, David) como si fuera la cosa más natural del mundo. Luego la maestra nos lo arregló todo para quedarnos en casa de Balbino, el hermano más pequeño de Virgilio, y su cuñada Hilaria. Desde el principio sentí mucha afinidad con las dos familias, que siempre me apoyaron mucho en mi trabajo. Luego fui conociendo a todos los vecinos. Mi profesor me había sugerido que hiciera un censo del pueblo, así que iba de casa en casa saludando a todos los vecinos y haciendo preguntas sobre sus vidas. Algunos, al principio, dudaban, pensaban que éramos espías, pero luego vieron que nuestra intención era sincera y nos trataron con gran amabilidad. Siendo tan jóvenes —teníamos 21 años cuando llegamos—y la mayoría de los vecinos con 50, 60 ó 70 años, nos veían como nietos misteriosos que habían aterrizado desde muy lejos. Poco a poco nos fuimos conociendo mejor y el trabajo de la investigación se convirtió en un proyecto mutuo para recuperar la historia del pueblo.
—¿Qué aspectos de la cultura popular de Santa María le llamaron más la atención?
—El hecho de que el pueblo pudiera mantener las tradiciones de las tierras comunales, lo cual les ayudó mucho en la epoca de crecimiento de la población a finales del siglo XIX, y luego en otros momentos de escasez y necesidad. Cuando estuve viviendo allá se mantenía la tradición de la vecera, y los vecinos se turnaban para sacar las vacas a los prados. Este sistema de cooperación entre vecinos me pareció muy importante. Además, había un rebaño común de ovejas y varias veces acompañaba al pastor cuando las sacaba por la mañana y volvía con ellas por la noche. Me fascinaba comprobar cómo cada oveja sabía cuál era su casa.
—¿Cómo calificaría el resultado de aquel estudio?
—Siempre es difícil calificar el trabajo de uno mismo. Pienso que fue importante para dar a conocer una forma de vida rural y social que iba desapareciendo en León y en España. El valor que tuvo, creo, fue el de integrar la antropología y la historia de una manera que no se hacía todavía en aquel entonces, cuando se estilaba escribir la etnografía desde la perspectiva de un ‘presente eterno’. El libro se publicó en 1986 y tengo entendido que se tomó mucho en cuenta cuando, en 1988, me otorgaron un fellow de la MacArthur Foundation, una beca muy prestigiosa en Estados Unidos.
—¿Cómo vio Santa María del Condado a su regreso?
—Pues muchos de los vecinos que conocí hace 30 años ya han muerto, pero tuve la suerte de volver a encontrarme con algunos de los que conocí en aquel entonces, entre ellos Balbino e Hilaria, que están en la portada del libro, y ahora tienen 80 y 86 años. Un nieto de María y Virgilio, los que me alojaron en su casa, ha creado un sitio en Internet para el pueblo. Él se llama Francisco y fue el primer niño que conocí en el pueblo.
—¿Qué le parece el hecho de que su libro se vaya a publicar, por fin, en español?
—Estoy muy contenta de que el libro se vaya a publicar en esta lengua. Creo que es un momento ideal para que el libro se conozca. La etnografía que hice hace más de treinta años ahora se convierte en historia. Pienso que será de interés para todos aquellos que tienen un pueblo en su pasado, que son la gran mayoría en España.
—¿Cómo ve el gran interés actual por la búsqueda de las raíces y las señas de identidad?
—La globalización tiene mucho que ver con la fascinación que sentimos hoy por esos temas, toda la obsesión que hay por los orígenes. Nos ha permitido acercarnos más unos a otros, pero al mismo tiempo existe mucho miedo a perder la idiosincrasia de cada personalidad y cada lugar.