Esta es la traducción de un curioso artículo sobre el mirandés publicado por Seth Kugel en The New York Times, el 17 de enero de 2012. Resulta muy llamativo comprobar el valor que se le da a la lengua más allá de nuestras fronteras, y que aquí a menudo se le niega. Original en inglés.
En Portugal, el mirandés se habla aquí – y sólo aquí
By SETH KUGEL
Una anciana con un sencillo vestido gris y una bolsa de compra llena de calabacines naranjas me llamaba desde calle abajo. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo – y eso no podía hacerme más feliz. Después de todo, yo había ido a su pueblo – Malhadas, en la esquina noreste de Portugal – con la esperanza específica de no entender a nadie.
“Ah, usted no habla mirandés,” dijo, cambiando al portugués, una lengua que hablo fluidamente después de vivir durante varios años en Brasil. “Pensé que usted era el hombre que viene a leer los contadores.”
Era una presunción razonable: los extraños en la aislada Malhadas no son habituales. Pero de hecho yo estaba allí para hacer una lectura en cierto modo. Quería escuchar tanto como pudiera de mirandés, la segunda lengua oficial de Portugal — tanto de los clientes del cercano Café Córdoba, ancianos que charlan sentados en un banco, como de una mujer de vuelta a casa tras hacer la compra. La gente hace excursiones por todo tipo de razones: paisajes, vida salvaje, comida, folklore, música. ¿Por qué no la lengua?
No tenía intención de aprender mirandés, eso sí. Tres días no me llevarían muy lejos, y la lengua, hablada por solo 10,000 o 15,000 personas en el llamado Planalto Mirandês (o meseta mirandesa), quienes también hablan portugués, es una lengua útil. Pero con frecuencia he encontrado referencias a bolsas lingüísticas aisladas en Europa, y esta vez quería explorar una de primera mano. Y puedo pensar en pocos conceptos que definan un viaje tan frugales como la lengua: alguno diría que hablar es barato pero, de hecho, es gratis.
En 1999, el mirandés se convirtió en la segunda lengua oficial de Portugal, gracias a la presión regional y a un legislador que simpatizaba con la causa. Eso no significa mucho en la práctica, pero tiene importancia simbólica y es un asunto de gran orgullo prácticamente para todos los que conocí; la distinción frenó completamente la referencia desdeñosa al mirandés como un dialecto del portugués. Una lengua romance de la familia lingüística del astur-leonés, ahora se enseña como una materia opcional en las escuelas públicas de la región, y las librerías venden un puñado de libros escritos o traducidos al mirandés, incluyendo una traducción del poema épico portugués “Las Lusíadas” y el clásico infantil frecuentemente traducido, “L Princepico” — “El Principito”.
La región entera habló leonés, una lengua que precede al mirandés, cuando el área era parte del reino de León en la Edad Media, explicaba Carlos Ferreira, un hablante de mirandés que dirige una organización regional de turismo. Después de la independencia de Portugal en el siglo XII, la región de Miranda se quedó distante y suficientemente aislada del resto del país y esto tuvo como consecuencia la preservación de la lengua.
La lengua se hace notar menos en Miranda do Douro, que con unos 2.000 habitantes es la ciudad más grande de la región. Visité la hermosamente conservada ciudad vieja, donde la librería Andrade vende libros en mirandés. Un museo, el Museu da Terra de Miranda, celebra las tradiciones agrícolas y culturales de la región con exposiciones de muebles antiguos hechos a mano, herramientas de granja artesanales, y una colección de capas de honra – curiosas capas tradicionales y de aspecto religioso que hasta comienzos del siglo pasado eran la vestimenta habitual de los hombres.
En vez de quedarme en Miranda do Douro, como hacen la mayoría de los turistas portugueses y españoles que vienen cada verano, busqué alojamiento en una de las ciudades más pequeñas de los alrededores. Escogí la opción más barata: el Restaurante Residencial Gabriela en Sendim, cerca de media hora de distancia desde Miranda. Por 25 euros (unos 30$) la noche, desayuno incluido, estuve dos días en una inmaculada y moderna habitación (había más o menos una docena) que fácilmente costaría dos o tres veces más en otras partes de Europa.
Como descubrí aquella noche en el restaurante de la pensión, yo no era el único huésped, pero sí el único que cenaba allí. En sólo unos minutos Lurdinhas Fernandes, que dirige el hotel junto a su hermana, me invitó a comer con la familia en la cocina. Estaban reunidos junto a la chimenea que al mismo tiempo calienta a la gente, asa la carne y ahuma las alheiras, salchichas caseras que colgaban encima.
El plato principal de la cena era la posta mirandesa, la comida característica de la región. Es un filete de ternera que procede de los cuartos traseros de la res mirandesa, servido con una salsa vinagreta cuya invención Lurdinhas atribuye a su abuela, quien da nombre al restaurante. [La posta] Venía con patatas fritas en tacos, ensalada, una jarra de vino tinto, y de postre, un queso suave de leche de vaca y oveja, servido con unas exquisitas mermeladas caseras de siete (!) sabores: pera, calabacín, higo, ciruela, cereza, guinda y membrillo.
Terminaron cobrándome 21 euros, pero mereció la pena, especialmente cuando se incluye el valor de la extendida lección de mirandés que recibí en la mesa por parte del marido de Lurdinhas, Altino Martins.
Altino, que había crecido hablando mirandés en el pueblo de Paradela, junto al río Douro y limitando con España, me ayudó con un libro ilustrado infantil de vocabulario que yo había comprado en Miranda do Douro horas antes: “Las Mies Purmeiras Palabras an Mirandés” (“Mis primeras palabras en mirandés”). Trabajamos en la pronunciación y me señaló palabras que eran bastante diferentes a sus equivalentes españolas o portuguesas: oveja es canhona, rodilla es zinolho, copo de nieve es farrapa. Resultó muy llamativo cómo el mirandés denomina a la abuela y al abuelo, ambos llamados abó. Cuando es necesario, el abuelo se convierte en l abó de las calças (abuelo de los pantalones) y la abuela es l’abó de la saia (abuelo de la falda). A pesar de la falta de sensibilidad ante los travestis y las mujeres que usan vaqueros, estaremos de acuerdo en que esto es adorable. (Otro de mis favoritos: la frase para el arcoiris es cinta de la raposa, cinturón del zorro.)
Altino explicó lo aislada que estaba la región incluso en los años 1950, cuando él era un niño pequeño. No vio el primer vehículo de motor hasta que tuvo 5 ó 6 años; más tarde, los ingenieros españoles que construyeron una presa hidroeléctrica en el río “pasaban zumbando” por el pueblo en coches que iban a 30 ó 40 kilómetros por hora, encantando y aterrorizando a los niños. También me contó que cuando los burros del lugar ya no servían para trabajar, los campesinos los conducían hasta el acantilado sobre el río y los despeñaban, y los buitres se dedicaban a dejar sus huesos limpios.
Mientras deambulé por los pueblos durante los siguientes dos días, me dí cuenta que el mirandés fluido era más habitual entre los campesinos más mayores, pero una de las muchas excepciones es Duarte Martins (no emparentado con Altino), un hombre joven de Malhadas que es profesor de mirandés. “Hablo mirandés para defender mi modo de vida, mi manera de interpretar el mundo,” me dijo mientras tomábamos unas cervezas en el bar Rochedo en Miranda do Douro. De hecho, añadió, hay habitantes con los que sólo habla mirandés.
Podía asistir a sus clases, me dijo, pero no había escuela por las vacaciones de Navidad. En cambio, me dio varios ejemplares de La Gameta, el diario anual que publica los trabajos de los estudiantes de mirandés que él edita profesionalmente. (“La Gameta” significa “La lenteja.”)
Como el mirandés escrito se parece al español y al portugués, pude por lo menos entender el sentido de las historias y ensayos del periódico – algunos de los cuales eran claramente personales y otros parecían ser reelaboraciones de cuentos populares narrados por la familia o los vecinos – historias de gallinas, monstruos, ovejas y religión. La Historia da una nota dolorosa a los textos: el mirandés estuvo prohibido bajo el dictador portugués António de Oliveira Salazar (quien gobernó desde 1932 a 1968); muchos de los padres de los estudiantes no aprendieron a hablar mirandés, por no hablar de escribirlo. Ahora sus hijos podían ver impresos sus propios trabajos en mirandés.
Al día siguiente de conocer a Duarte salí a conocer más pueblos. En la diminuta Paradela, el lugar de nacimiento de Altino, me paré ante un pequeño café llamado O Paradela. No estaban sirviendo comidas, pero una amistosa joven llamada Teresa me sentó junto a la chimenea y dijo que podría hacerme un plato de chouriço casero (el embutido local), jamón y queso (4 euros). Hojeé un número de La Gameta mientras esperaba.
Cuando me trajo la comida, vio lo que estaba leyendo. “Eh, yo escribí algo ahí,” me dijo. “Es el del 2004, ¿verdad?” Lo era. Estuvo hojeando hasta que encontró una historia corta llamada “L pastor i l spagnolo,” (“El pastor y el español”). Al final, ponía “Teresa Preto, 9º Curso.”
No pude entenderlo todo, pero lo esencial estaba claro: un pastor mirandés estaba cuidando a su rebaño cerca de la frontera y se le acercó un español. “¿Cuál come más, la oveja blanca o la oveja negra?” bromeó el español. El pastor, que prefería no ser molestado, respondió con una broma picante acerca de besarle el trasero a la oveja, y el español aprendió a no mofarse de los pastores del lugar nunca más.
Puede no ser gran literatura, pero su localización no podría ser más cercana: la frontera española estaba sólo a unos pocos cientos de metros. Conduje hasta allí después de comer, parando al borde de un asombroso acantilado sobre el río Douro, y más allá, España. No se veían pastores ni españoles. Me pregunté, sin embargo, si aquel era el lugar donde los viejos burros conocían su fatídico destino. Mi vista se posó en la presa de la hidroeléctrica que todavía funciona, la que trajo a los primeros coches (ls purmeiros carros, si mi mirandés es correcto) al pueblo hace algo más de medio siglo.
Traducción: Mª Teresa García Montes