E. Gancedo. Diario de León, 29/07/2012
Cuida de su güertín con la misma dedicación y entrega como prepara unos crucigramas insólitos basados en las palabras de la tierra. José Antonio García Sahagún, Tono Sahagún, amén de patatas y tomates, y bien de árbol frutal, es aplicado cultivador de vocablos, ahí donde lo ven, y de una forma curiosa y sugerente que a pocos se les ocurrió antes. Pero para completar estos pasatiempos de casera manufactura hay que ser muy avisado en la lengua patrimonial del viejo Reino —en varias de sus variantes, además— o muy renombrado filólogo para solucionar el ‘encruciagrama’ de Tono sin verse obligado a echar furtivos vistazos a las soluciones. Su casillero incluye dos tipos de palabras, como cualquier crucigrama, sólo que aquí, en vez de ‘horizontales’ y ‘verticales’ son, claro está, tumbadas y pinadas. Por ejemplo, escueitada (escuchada), cinco letras, pues entendemos que puede ser uyida, o sea, oída. Y onde, una sola letra, no ha de ser sino u (‘¿ú tá cualquier cousa?’). Y las hay para nota: Centenu verde pa piensu (ocho letras): Ferrañas. O cachu de xixa duru de la mantega derretida del cochu (ocho letras también): Cuscarón.
Junto a ellos sirve Tono una sopa de letras —y como también es en leonés, pues caldu de lletras la ha bautizado—, donde ‘alcuéntranse remusturadas’ palabras del propio crucigrama (como terraos, o sea, bodegas o dispensas col suelu de tierra; o tsástima, esto es, na fabla patsueza, llástima). Y es que mucho se acuerda nuestro paisano de su infancia en Cabanillas de San Justo (Noceda, Bierzo Alto), zona del noroccidente de gran riqueza lingüística donde tan vivo y a pie de calle estaba el leonés durante toda la primera mitad del siglo pasado. Con su abuelo viudo aprendió legiones de palabras aunque después intentaran hacer que las olvidase a fuer de pescozones: una vez, echando un partido de fútbol, dijo, llevado por la entrega del deporte: ‘¡Que s’escapa la pelota p’aquel llau!’). Bueno, pues por aquella palatalización le rebajó la nota el maestro. «Es una pena que tacharan a la gente de ignorante por utilizar sus propias palabras», opina este policía nacional jubilado destinado en vida laboral a Oviedo, Madrid, Ponferrada y León. Hoy considera que, al menos en su aldea natal, son sólo los más viejos quienes conservan la fala antigua, pero a la vez hace notar que en Bembibre se escuchan diariamente muchos vocablos del leonés, guapos y de mucho ‘preste’ (y tampoco le gusta que identifiquen con gallego todo aquello que tenga acento y diptongos decrecientes).
Sahagún tiene una finca arimada al polígono industrial de Trobajo y casa en Posada de la Vaduerna, donde ha restaurado fragua y potro de herrar (con vaca de fierro incluida, símbolo más de la tierrina que el toro de Osborne que remeda), y allí redacta sus pasatiempos («dos tardes me lleva hacerlos») y unos Refilachos pachoucos (o ‘relatos anticuados’), llenos de sabor sobre las siegas en Omaña con burros que se enredan en un gavanzo y casi caen incluidos. Leemos: «Mal rayu qué sustu llevéi —dijo Ventura—. ¡Penséi que nos dábamos un xostrazu!».